Enamorarse de su compañero de piso le da a Micah, un exfutbolista, la segunda oportunidad que se merece, y ¿qué puede ser mejor que amar a tu mejor amigo?
Micah.
Soy un exfutbolista arruinado, con una pierna destrozada y trastorno de estrés postraumático. El verano pasado tenía dos opciones: la calle o encontrar una habitación barata para alquilar en la ciudad. Elegí la segunda opción, lo que me llevó a un nuevo problema, porque no había previsto que mi compañero de piso se convirtiera en mi mejor amigo. O que en poco tiempo me encontraría perdidamente enamorado de él. El problema es que, aunque le guste a Sam, no puedo ser el novio de nadie. No sé cómo. Lo único que hago es pasar por cada momento precioso y esperar que no se arrepienta del día en que me conoció.
Sam.
Soy un gay friki de los libros que no tiene nada que hacer enamorándose de atletas guapos. Micah es la definición de belleza del diccionario, por dentro y por fuera, sólo que él no lo sabe. Y definitivamente no sabe que estoy ridículamente enamorado de él. El tipo de amor bochornoso. Él es todo en lo que puedo pensar. Pero no es tan sencillo como amar a alguien que no me corresponde. Micah es una mercancía dañada, al menos así lo diría él. El mundo lo ha masticado y escupido, y él cree que se lo merece. Que sigue siendo el desastre maltratado que era hace un año. Quiero sacudirlo y gritarle en la cara que no lo es. Obligarle a ver la verdad y hacer que crea en sí mismo como lo hago yo. Pero no puedo salvar a Micah. Un día, quizás se dé cuenta que ya se ha salvado a sí mismo.
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